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María Auxiliadora Álvarez: la herida que habla

  • Yatsiry Monserrat Jiménez Mayen
  • 8 may
  • 2 Min. de lectura

ECOS DE POETISAS

08 de mayo, 2025


Hay poetas que escriben para consolar. Otros para iluminar. Y hay quienes, como María Auxiliadora Álvarez, escriben para decir la herida, para tensar el lenguaje hasta hacerlo sangrar. Nacida en Caracas en 1956, y también filósofa, Álvarez es una de las voces más singulares de la poesía venezolana contemporánea, aunque su obra ha escapado siempre de los rótulos fáciles. Su poesía no se inscribe cómodamente en ninguna tradición: la desborda, la interroga, la fragmenta.


Álvarez ha cultivado una obra breve pero intensa, marcada por el desgarro, la exploración de los límites del cuerpo, del género, del lenguaje. Su mirada filosófica se deja ver no en el tono ensayístico, sino en el cuestionamiento radical de toda forma de decir. Leerla es enfrentarse a una densidad incómoda y necesaria, a una especie de respiración entrecortada que nombra lo que no se puede decir. Su escritura es una lucha abierta contra el discurso domesticado y contra los moldes patriarcales del lenguaje.


En Cuerpo (2001), uno de sus libros más contundentes, se siente una ruptura: con la tradición, con la palabra poética entendida como elevación. Allí, el lenguaje se contrae, se triza. Las frases no fluyen, se quiebran, se suspenden. Cada fragmento parece una fisura, una punzada. En uno de los poemas más citados de ese libro escribe:


“yo no soy / un ser delicado: soy / un campo de batalla”.


Esta afirmación, lejos de ser un gesto de victimismo, es una proclamación política y existencial. El cuerpo de la mujer, el cuerpo que escribe, es territorio de conflicto. El poema, entonces, no puede sino ser un lugar de tensión.


Además de poeta, Álvarez ha sido profesora de filosofía y traductora. Su mirada crítica y reflexiva se proyecta también en su relación con el lenguaje ajeno. Sus traducciones de poetas como Paul Celan y Rainer Maria Rilke revelan su capacidad para escuchar en la lengua del otro ese mismo temblor que habita en la suya. La suya es una escritura de la fractura, pero también de la escucha atenta, de la resistencia.


En tiempos de discursos vacíos, su poesía resulta especialmente urgente. Es un llamado a no ceder a la comodidad, a no adormecerse con la palabra fácil. Álvarez no busca complacer, no embellece: revela. Y en ese gesto, profundamente ético, nos ofrece una lengua menos cómoda, pero más viva. Una lengua donde lo político y lo íntimo se entrelazan sin grandilocuencia, donde cada verso es un acto de resistencia y un ejercicio de lucidez.


María Auxiliadora Álvarez no escribe desde la torre de marfil, sino desde el temblor. No da respuestas, pero abre preguntas. Y quizá eso sea lo más necesario en un mundo que insiste en callar lo esencial.



Por: Yatsiry Mayen


 
 
 

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