El síndrome de la inmediatez: por qué sentimos que si algo no pasa ya, nunca va a pasar
- Mirbill Valeria León Calderón
- 5 may
- 3 Min. de lectura
Vivimos apuradas.
No importa cuántas veces repitamos que “lo importante es disfrutar el proceso” o “cada quien tiene su propio tiempo”, en el fondo, la presión sigue ahí: si no pasa pronto, si no pasa ya, sentimos que no va a pasar nunca.
Y entonces empezamos a correr.

Corremos contra nosotras mismas, contra expectativas invisibles, contra relojes que nadie más está mirando.
Nos despertamos todos los días midiendo el progreso en likes, en seguidores, en resultados visibles. Nos da miedo invertir demasiado tiempo en algo sin ver frutos inmediatos, como si eso fuera una confirmación silenciosa de que estamos fracasando. Como si el tiempo que pasa fuera nuestro enemigo y no nuestro aliado.
Pero, ¿de dónde viene esta ansiedad por la inmediatez?
Quizás la respuesta esté en el mundo en el que crecimos: uno en el que puedes tener lo que quieras con un click. En el que puedes hablar con quien quieras en segundos. En el que puedes pedir algo a la puerta de tu casa en cuestión de horas. Todo, absolutamente todo, está diseñado para que no sepamos esperar. Y cuando toda tu vida funciona en fast-forward, empiezas a esperar que tus sueños, tus procesos y tu propia evolución también lo hagan.
Cuando abrimos Instagram, TikTok o Twitter, vemos historias de éxito editadas a la perfección. Vemos cuerpos transformados en seis meses, carreras que despegaron de la noche a la mañana, libros publicados, negocios creados, relaciones de ensueño.
Lo que no vemos son los días de duda. Las horas de miedo. Las noches de llanto.
Lo que no vemos es el tiempo real que cada uno de esos procesos necesitó.
Así que claro: compararnos se vuelve inevitable.
Y con la comparación, llega la ansiedad.
Una ansiedad que dice: "Si no es ahora, nunca será". "Si no ves resultados ya, es porque no eres suficiente". "Si no te mueves más rápido, vas a quedarte atrás".
Y es mentira.
Mentira cruel, pero mentira al fin.
La vida real no sigue el ritmo de las notificaciones.
Los cambios verdaderos, los que valen la pena, son lentos.
La sanación es lenta.
El éxito estable es lento.
El amor profundo es lento.
Todo lo que importa se construye despacito, a fuerza de paciencia, de constancia, de fe en medio de la incertidumbre.
Pero nos cuesta aceptarlo porque estamos programados para querer recompensas inmediatas.
¿El problema? Las mejores recompensas no funcionan así. No se descargan. No se actualizan. No llegan en 24 horas.
Se trabajan. Se esperan. Se sostienen incluso cuando parece que nada está pasando.
No estás tarde.
No estás fallando.
No estás estancada.
Estás en el tiempo exacto que tu historia necesita.
No hay reloj universal que dicte cuándo debes lograr tus sueños o cuándo debes llegar a "ese lugar" que tanto imaginas. No hay edad correcta para encontrar el amor, para sanar heridas, para reinventarte, para empezar de nuevo.
Sé que a veces duele ver cómo otros parecen avanzar mientras tú sigues en el mismo lugar.
Sé que a veces quieres rendirte porque no ves resultados.
Pero quiero que sepas esto:
Cada día que eliges no rendirte es un acto de valentía.
Cada pequeño paso, aunque sea invisible para los demás, cuenta.
Cada esfuerzo silencioso, cada lágrima que nadie ve, cada intento que parece insignificante... está construyendo algo que, en su momento, va a florecer.
No te apures a vivir.
No te apresures a llegar.
No corras como si estuvieras perdiendo.
Confía en tu ritmo.
Confía en tu tiempo.
Confía en que las cosas buenas no siempre llegan rápido… pero sí llegan.
Y cuando lleguen, vas a entender que valía la pena cada momento de duda, cada paso lento, cada silencio que parecía eterno.
Que no estabas estancada: estabas creciendo.
Que no estabas fallando: estabas construyendo raíces.
Que no estabas perdiendo el tiempo: estabas preparándote para florecer.
No todo lo urgente es importante.
Y no todo lo importante es urgente.
Confía en ti y en tus tiempos. :)
Comments